Adviento 2020: FELICES LOS POBRES

Según se acerca la Navidad sentimos en nuestro interior la invitación a vivir la alegría. Es el tiempo de Adviento, el brindis por excelencia para vivir las bienaventuranzas.

¿Por qué este empeño en vivir alegres? ¿Podemos vivir así cuando tanta gente padece hambrunas, guerras, odios ancestrales y soporta una pobreza inhumana? ¿Es posible vivir la alegría en un escenario tan desolador, contaminado por la pandemia que estamos viviendo? ¿No resulta en ocasiones la alegría una especia de bofetada a quienes no pueden sonreír ante su destino?

Podemos ser felices en medio de las dificultades y sufrimientos, lo mismo sucede a la inversa, podemos ser infelices en medio del bienestar, de lo favorable o de una vida placentera. La felicidad no radica en el hacer, no afecta a las cosas particulares que hago o dejo de hacer, sino que radica en el ser, en la vida misma.

Podemos encontrarnos con personas a las que aparentemente todo les va bien, tienen una vida exitosa y no les falta de nada. Sin embargo, están descontentas e infelices, porque a pesar del éxito, sienten que les falta algo, que su vida no está completa. Sienten una insatisfacción vital y que su vida no les perteneces. Nada les falta en el plano del hacer, pero sí en la dimensión del ser, que es donde radica la felicidad.

El deseo de ser felices es común en todos los hombres y mujeres a lo largo de los siglos. No dejamos de buscar la felicidad, aunque no todos la busquemos de la misma forma. Para algunos está limitada al momento presente, al instante; para otros, afecta a etapas pasadas de la vida o a la vida entera. A veces se confunde la felicidad con suerte, fortuna, ventura, alegría o bienestar. Hay personas para las que la felicidad se reduce a tener dinero, poder o placer. Ciertamente, cuando hablamos de la felicidad solemos referirnos a las condiciones que nos harían felices, más que a la felicidad misma.

Por eso mismo, esta alegría es compatible con situaciones de sufrimiento, de dolor y de noche oscura, como han cantado los santos místicos Juan de la Cruz, Juan Bautista de la Concepción, Teresa de Lisieux, Teresa de Calcuta, Maximiliano Kolbe, que ofrecieron a Dios su oscuridad con la certeza de que la vida humana está abocada a la luz y a la gloria.

La Navidad nos desvela algo de este misterio cuando en su liturgia y en sus villancicos une la alegría de contar con Dios entre nosotros, y la certeza de que ese Niño, naciendo en un pesebre, pone en juego su vida y encuentra en la felicidad su razón de existir. Nos invita así, con un ejemplo más elocuente que cualquier discurso, a vivir la alegría de la salvación y trasmitirla a quienes viven aún bajo el temor del dolor y de la muerte.

Las bienaventuranzas son el programa de vida de Jesús, un camino que nos conduce a la felicidad, que nos transforma y renueva. Las bienaventuranzas nos ayudan a discernir las áreas en las que vivimos según el Reino de Dios, y en aquellas en las que hemos perdido el rumbo. Nos desafían a ver, pensar y actuar como lo hace Dios. Ilustran que los mensajes culturales sobre el deseo de éxito, poder y reivindicación son absurdos por sí mismos. Porque el Reino de Dios que se canta en las bienaventuranzas vuelve del revés los valores de todos los otros reinos.

Durante este Adviento, lanzamos la invitación a vivir la felicidad desde la pobreza...” FELICES LOS POBRES”.

Puede parecer una contradicción, Adviento y pobreza no parecen ligar mucho, menos aún cuando las luces y los adornos que anuncian la Navidad nos animan al consumo irresponsable y a encontrar estímulos y momentos para una felicidad limitada.

Queremos hacer crecer en la comunidad educativa FEST una mirada diferente, mucho más profunda e intensa. Os invitamos a mirar, a vivir el Adviento desde las profundidades del ser. Una invitación a admirar, contemplar con asombro, a dejar que las cosas sean, a inclinarnos ante el misterio de la pobreza como camino hacia la verdadera felicidad.

El sermón de la montaña nos enseña el camino hacia una vida plena y llena de sentido. La alegría de la pobreza no se enmarca en lo tangible, el mensaje del Evangelio no alaba ni idealiza la pobreza material . Jesús se presenta al mundo en un pesebre, como un necesitado en busca de amor. Y desde esa humildad y pobreza de espíritu nos enseña su libertad en relación a las cosas.

La pobreza de espíritu es una actitud de libertad y de independencia interior frente a las cosas y las necesidades. Por ello, el Adviento que os invitamos a vivir es una convocatoria a estar abierto a los demás, a lo que ellos y Dios quieren regalarme cada día. Vivir esa alegría del que recibe un regalo, del que se abre a lo nuevo y a lo inesperado: el nacimiento de un Dios débil, nacido en un pesebre.

Antonio Torres García
Director Área Evangelización y Pastoral FEST

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